El capador sobre la gocha
Lunes, 22 de marzo del 2010
“Taba el capador sobre la gocha” es un refrán asturiano que nos habla de mala premura, de precipitación incorrecta que se abalanza sobre un objetivo equivocado, es una advertencia para fijarse bien antes de hacer algo. Capar es, además del castrar de toda la vida, en jerga informática la restricción que se impone a un ordenador para que no puedan descargarse desde él determinadas aplicaciones o programas, o también las limitaciones de acceso a determinadas páginas webs. Las administraciones, las oficinas de servicios, los cuarteles, muchos centros de trabajo están llenos de ordenadores capados desde los que no es posible leer la prensa deportiva on line, por ejemplo; o mucho más comúnmente, desde los que no se pueden visitar páginas pornográficas.
Tiene sentido, en la mayoría de los casos, ¿pero es razonable capar los ordenadores de la redacción de un medio de comunicación? La verdad es que no, al menos no en un medio que se presente ante sus lectores, sus oyentes o espectadores como una plataforma de comunicación del siglo XXI y no una gaceta decimonónica. Ocurre con demasiada frecuencia que resulta imposible desde el ordenador de un periodista realizar las acciones más inocuas como descargarse un navegador de internet que no sea el Explorer de Microsoft, o siquiera alguna de las versiones gratuitas de Flash que le permitan ver una animación. Y no estamos hablando de pasar las horas más entretenidos. Que haya que pararse a explicar a los responsables directivos de un medio por qué es beneficioso utilizar un navegador que no sea el que por defecto suele venir integrado en los sistemas operativos nos habla de un peligroso analfabetismo digital, cuando no, y esto sí es triste, de que no leen lo que se publica en los medios que ellos dirigen pues son cada vez más recurrentes las informaciones de ámbito europeo en las que se trata de poner coto a las prácticas monopolísticas. ¡Ah! y las animaciones no son dibujos animados, muchas de las mejores y más científicas informaciones se realizan hoy en infográficos o cartogramas que tienen animaciones, datos y cifras, en movimiento. No poder verlas es dejar tuertos a quienes se supone que debemos ser los ojos de la sociedad.
Pero si sólo se tratara de lo que acabamos de decir podríamos hablar de un pecado venial, cosa de gentes poco informadas –aunque con frecuencia se jacten de ser popes, gurús e iconos de la información–, un fallo que se arregla fácilmente. Que va, también es demasiado frecuente –porque una sola vez ya sería demasiado– que se coarte el acceso a redes sociales como Facebook*, marcadores de envío de noticias como Meneame y, ya el colmo de los colmos, limitar que se puede acceder a blogs de cualquier tipo con todas las cortapisas al conocimiento y a la información que esto representa. Todo esto significa desconocer el verdadero ritmo al que se mueve la información en la actualidad y la posibilidad de acceder a ella a tiempo, pero también las posibilidades que ofrece abrirse a fuentes no convencionales y, en definitiva, poner algo de freno al desprestigio que sufre la profesión por limitarnos a ser papagayos o loros que repiten como un altavoz lo que instancias oficiales proclaman sin el menor espíritu crítico.
Queremos pensar que esto se trata también de mero desconocimiento de las nuevas tecnologías, y no –de ninguna manera, bajo nigún concepto, no se nos pasa por la cabeza– de tratar de controlar desde la jerarquía de la redacción la información que le es lícito conocer a un periodista para poder llevar cabo su trabajo con eficacia. Supongo que sabrán que eso es tan vano como tratar de capar a una gocha.
(*) Sí es cierto que determinados diarios anglosajones, como el New York Times han establecido un decálogo de comportamiento muy restrictivo para sus redactores en las redes sociales con el objetivo de que no se pueda cuestionar la imparcialidad de sus informaciones. Algunos de sus puntos son bastante discutibles, pero lo mejor sería tratarlo en un artículo aparte. En este enlace: http://paperpapers.blogspot.com/2009/01/la-deontologia-20-del-ny-times.html se resumen sus puntos principales.
Luis Ordóñez
Periodista