Intervención de Luis Arias de Velasco en el acto 'Recuperando la memoria'
Presidente de la Asociación de la Prensa de Asturias, querido Juan de Lillo, autoridades, señoras y señores, amigos todos, muy buenas tardes.
Hoy es un día especial, y muy emocionante para mi familia, en nombre de quienes tengo la satisfacción de pronunciar estas breves palabras y, por supuesto, también para mí. Por ello deseamos, en primer lugar, agradecer a la Asociación de la Prensa, y especialmente a todos los que conocisteis a Paco Arias de Velasco, este recuerdo a su vida y obra. Recuerdo, por cierto, único realizado hasta este momento, por lo que reitero de nuevo mi sincero agradecimiento y el de mi familia.
La fundación del periódico “La Nueva España” fue el acontecimiento de más relieve en su destacada carrera profesional. Pero fue también importante la fundación de Radio Oviedo, desde donde, por cierto, en febrero de 1937 Paco hizo, por vez primera, la retransmisión en directo de un combate de guerra. También participó en la fundación del Real Oviedo, y formo parte de su primera Junta Directiva comandada por D. Carlos Tartiere. En fin, como con gran cariño relató Juan de Lillo, participó, desde primera línea, en todo evento significativo relacionado con su muy querido Oviedo.
Fue una persona excepcional y, por encima de todo, un periodista de raza, cuya dedicación y amor por la profesión se manifestaba en todas las acciones de su vida.
A ese oficio, el de periodista, dedicó su formidable sentido de la realidad, de lo que convenía como más justo y riguroso en cada momento y por encima de toda clase de advertencias, imposiciones o contrariedades. Creo sinceramente que fue un valiente, pues nadie vio nunca a Paco retroceder un paso ante la presión del poder, cualquiera que fuera la naturaleza de éste.
Pero más allá de su indudable buen hacer periodístico, Paco Arias de Velasco era todo un personaje. Y no me entiendan mal. Utilizo este término en su acepción académica, la que figura en el diccionario de la RAE: “Persona de distinción, calidad o representación en la vida pública”.
Respecto a su vida pública, la que se asocia a su oficio, no tiene sentido que yo les haga un relato pormenorizado, porque ya lo ha hecho, extraordinariamente bien, en su glosa Juan de Lillo, a quién, de todo corazón, le agradezco el cariño, amen de la erudición, que ha puesto en sus palabras.
Mi papel hoy, aquí, es representar a quienes le conocimos y quisimos en un entorno más cercano, más familiar. A quienes compartimos con él la vida cotidiana tras las paredes de un hogar.
Personalmente tuve la gran suerte de convivir con él durante varios años en los que fue, más que mi mentor, un referente. Siempre quise, de mayor, ser como Paco, con su claridad de ideas y fortaleza para, como él, dejar como estela de la vida un testimonio lleno de vigor y repleto de esperanza.
En la cabeza y en el corazón de Paco había siempre ilusión, fuerza y vida. Paco fue siempre joven, sabía que el mañana es mejor que el ayer y esperaba el futuro con juvenil esperanza. Siempre estuvo con el tiempo que en cada momento le tocó vivir y nunca le oí hablar con nostalgia del pasado.
En una entrevista, por cierto realizada por Juan de Lillo con motivo de los 15.000 números publicados por el diario “La Nueva España”, en noviembre de 1983, cuando Paco contaba ya con 90 años, a una de sus preguntas contestaba: “Yo miro poco para atrás porque la historia es la historia y ahí está como enseñanza. Prefiero mirar hacia el futuro, no de forma egoísta, sino pensando en el futuro común, en el de todos; de los que son de mi generación y de los que empiezan ahora y que serán hombres hechos y derechos en el siglo XXI”
Paco fue un hombre feliz, ¿cómo no lo iba a ser quien quemó su vida por la libertad y la independencia de su profesión?.
Amaba las pequeñas cosas, e igual recogía un pájaro, que un perro vagabundo, (aquellos que le conocisteis recordareis a su famoso loro y al perro “Lin”, animal entrañable y leal que seguía a mi tío de casa a La Nueva España, y del periódico a casa, alegrándole sus últimos años),ese amor a las pequeñas cosas hacía que, con un destornillador en la mano arreglara, o lo intentara al menos, desde una antigua radio a cualquier juguete de los hijos de sus compañeros de redacción.
A lo largo de su vida supo crecer, ajustar sus aprecios y adaptarse a las distintas realidades políticas y sociales que vivió, lo que propició el respeto de quienes durante tanto años fueron sus compañeros en ese complejo, y maravilloso, mundo del periodismo. Y también, el de todos aquellos que participamos en las alegrías y sinsabores de las relaciones familiares, aunque, todo hay que decirlo, sus últimas declaraciones públicas fueron mal recibidas por algunos antiguos correligionarios, más partidarios de dar culto a los muertos que confianza a los vivos.
Volviendo a la definición de la Real Academia, mi tío Paco era persona de distinción. Y a este respecto, y con ello acabo, voy a referirles una anécdota que siempre cuento, porque creo que ilustra muy bien su particular forma de ser.
Todos recordareis que era un hombre desprendido, poco interesado en las cosas materiales, y, sin embargo, acostumbraba a decirme: “Mira, Gonzaga, lo importante en esta vida es tener coses”.
A mí me extrañaba profundamente esa aseveración, proviniendo de quien venía, y así un día le pregunté:
Paco, cuando hablas de “tener coses”, ¿a qué te refieres?, ¿a tener un buen coche, un gran chalet , mucho dinero…?
No, nin no, me contestó. “Tener coses” es llegar a un punto en tu vida en el que puedas decir todo lo que te apetezca y a nadie le parezca mal, pues todos piensan “son coses de Paco”. Así era Paco, distinto, distinguido, con distinción.
Paco estuvo atado, no podía ser de otra forma, a las contradicciones de una época difícil en la que Oviedo, por un lado quería volver a ser lo que el tiempo y los avatares de la guerra ya no harían posible y, por otro, reinventarse a si mismo, como si se pudiera prescindir fácilmente del peso de una historia milenaria en la que incluso se fue Corte.
A partir de ahí fue capaz de coger lo mejor de las dos posiciones y propiciar un ”espíritu ovetense” que, sin renunciar a nada de lo que fue, sabia que lo mejor estaba por llegar y que para ello era imprescindible contar con los mejores y con aquellos que, sin olvidar de donde venían, abrían cauces nuevos frente a los que practicaban la intolerancia y la exclusión.
Con la ironía, y ese cierto distanciamiento, que tanto practicó y contribuyo a difundir y que, junto a otras características, forma parte indeleble del “ser ovetense” fue, conciente o inconscientemente, durante mucho mas de cincuenta años no solo notario de una época, sino que incidió, muy significativamente, para que esa época se desarrollara como se desarrolló.
De ese resultado, casi todos los que hoy estamos aquí, creo que somos deudores.
Muchas gracias por vuestra atención